Su hermana solo le dijo, o así lo contó él, que a ver si es que estaba pre-menopáusica.
Su madre, a la que se vio obligado a darle alguna explicación de tanto que preguntó, sugirió que a lo mejor lo que ella quería era que él le propusiera matrimonio.
La amiga embarazada y con una niña pequeña lo tuvo claro, es la crisis de la edad y no ser madre ni ahora ni nunca. Eso, claro, se lo dijo haciendo gala de una delicadeza infinita y de un giro lingüístico que más parecía un pase de capote torero, cuando te quedas "pensando ¿me ha dicho lo que creo que me ha dicho?".
Otra amiga se acordó de su marido. A los hombres también les pasa y es el miedo al compromiso. El mío después de un año juntos me dice que lo dejamos y era porque tuvo claro que o lo dejaba entonces o para siempre.
A los amigos hombres a los que se lo había referido se habían mostrado menos tajantes. Se habían limitado a escuchar y asentir y el más lanzado había aprovechado la ocasión para contar cómo él y su parienta se las apañaban para ir sorteando la rutina y los años. El entendía perfectamente esta parquedad de respuestas. Puede que todos coincidieran en no entender la enmarañada mente femenina. A qué fingir entonces que sabían qué podía estar pasando.
Ella había ideado casi involuntariamente una imagen visual para describir lo que le pasaba. Esa imagen hablaba de escaleras y sus peldaños y hasta dónde ella podía subir. Le parecía gráfica, descriptiva y también escueta. Ideal para no propiciar más preguntas que ella tendría que lidiar para no responder. A todos los que le iban preguntando, ella generosamente les contaba la historia de la escalera y sus peldaños. Así todos quedaban satisfechos tanto de ella cuanto más de sí mismos.
Todos menos ella. Que sabía que nadie hizo las preguntas adecuadas, nadie oyó lo que ella no dijo y mira que lo dijo alto. O eso pensaba ella.