Perdón quise decir domingo, pero es que hay fines de semana que me los dan ya mordidos, si no comidos.
Como cuando puedo, siempre que puedo, me organizo el día para irme sola, sola, eso que me gusta tanto, a Plaza Larga a tomarme un café tempranero, un cortado, claro, que me lo pido oscuro.
Hoy me levanté con humor azul oscuro casi negro. Y salgo de casa huyendo de mi misma a ver si fuera mentira toda la clarividencia de hace un rato.
De camino arriba veo a un guiri y a un gitano buscando un caballo que se les ha perdido. En las manos solo les quedó las trinchas. El uno es un guiri que habla perfecto español guiri y es treintañero. El gitano no alcanza los quince.
Me siento en la Porrona porque le daba más el sol, aunque al final me siento en la sombra. Aun así el sol y la ausencia de los ruidos de ciudad van haciendo efecto. Al fondo se escucha música, de esa que tardas en percibir porque no se impone, como las cosas esencialmente buenas. La gente, poca, muy poca, pasa vestida de domingo: él delante camina leyendo el diario, ella a dos pasos hojea el semanal.
He espantado los demonios y recompongo el domingo.
Salgo de Plaza Larga por el Arco de las Pesas como tirada por la música que me endulzó la bilis en la garganta. El que obró el milagro es un hombre-guiri amenazando los cincuenta con cuatro pelos enmarañados y ralos a la altura de su hombro y asomándole su solo diente magnífico, único superviviente de una boca que seguro que fue superlativa. Ahora está cantado esa canción de Nirvana que te viene a la cabeza cuando piensas que Kurt Cobain se suicidó después. Cuando me alejo oigo cómo su canción se confunde con el saludo de una mujer: ole, oLE, OLE, oigo que le dice y le planta dos besos que suenan-resuenan por un solo lado: hay gente que besa y otros que solo ponen la cara.
Camino perdida. Me dejo llevar sin rumbo hacia S. Miguel Bajo. Ya es hora de una caña. Llego sin problemas. En el Albaycín no te pierdes aún cuando tengas la fortuna de no saber dónde estás.
Me siento en una terraza entre guiris españoles con hordas de niños a sus espaldas. Serán sus hijos. De diez, siete juegan en la plaza, tres miran una de esas i-cosas entre sus manos. Ni tan mal el porcentaje.
Justo delante de mí, en un banco, hay un chico gitano de Granada y una chica gitana rumana, con su falda larga larga, el diente de oro, su pañuelo grande que le envuelve la coleta en su pelo. Los dos igual de delgados (mucho) y altos (normal). Llevan rato esperando, siguen esperando. De vez en cuando me miran. Ella se ha comprado una bolsa de gusanitos en la tienda de enfrente. Siguen esperando. Hasta que aparece una mujer de mediana edad, con ese corte de pelo que llevan las monjas laicas, pulcra, llega cargada con muchas bolsas. Es ropa que comienza a enseñarle a él mientras le reprende a ella por no atreverse a hablar español todavía. Si no empiezas no aprenderás, le dice. En un momento, saca un tarro de crema hidratante de esa del Mercadona. Él, que tiene el torso desnudo de probarse las camisetas con una cara exactamente igual que un niño el dia de reyes, comienza a aplicarse crema sobre un tatuaje que todavía está rojizo y algo inflamado. Ella le dice y le repite que es buena, que la crema es muy buena, que es la misma que usa ella y todas la monjas, que es de aloe vera y para confirmarlo empieza a buscar el nombre por el tarro de la crema, sin encontrarlo porque ese tarro era de crema hecha con aceite de oliva.
Me voy.
Antes entro en la iglesia de San Miguel.
Me salgo.
Vuelvo a caminar perdida. Qué bien.
Entro en la Iglesia de San José donde solo hay una mujer al lado de la imagen de una Virgen. La capilla está abierta y ella me escruta varios segundos más de lo normal. Paso a su lado y me detengo para ver la imagen. Tiene una cara extraña. Tamaño real. Veo que dos chicos se acercan con unas ropas lujosamente bordadas. Se disponen a cambiarla. La idea de ver cómo la desnudan me perturba sobremanera.
Ahora ya sí me voy a casa. Ya estoy lista para volver a salir, ahora acompañada.
pues, la imagen del fin de semana como dulce, aunque sea amargado o ya mordido, es interesante. creo que es importante que uno intente pasar al menos un ratito solo( no creo que sea tan importante la duración, pero sí que se lo decide) en eso estamos de acuerdo. quien sabe.. a lo mejor tu amigo diente-de-oro ha comido demasiados caramelos.
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