El otro día aprovoché la coyuntura (tenía que esperar a pagarle el pescado a Rafalita) y casi sin pensarlo mucho, me cambié de centro de salud y por ende, de médico. Por todo eso, y porque la necesidad y el picor obligan...
El caso es que entro en el edificio y la mujer que veo en "Atención al Usuario" me suena un montón. yo, que me sé un hacha como fisonomista, acepto que en el trayecto desde la entrada principal hasta su mostrador ni de coña me va a dar tiempo a recordar de dónde, ni por qué.
-Venía porque quiero cambiarme de médico. Es que antes vivía en el Realejo (palabra mágica que ejerce su poder de inmediato): ah,claro; usted estaba en el centro de salud de allí, ¿verdad?
-sí. Si estaba diciendo yo que tu cara me sonaba. tú tenías a Armando (este médico, con pinta de catedrático de literatura, se merecería o una entrada aquí o una oda en los anales de la poesía, pero no nos vayamos de tema)
Algo tan simple y trivial como esto, me dejó un sabor muy dulce en la boca. tardé poco en identificarlo: me gusta la ciudad en la que vivo porque permite cosas como ésta, cosas que mantienen los niveles de humanización y sociabilidad altos, la capacidad de crear lazos más allá de los estrechos de tus amigos, el vecino de arriba coñazo sobre el que te gustaría lanzar tus super poderes y dejar petrificado cuando grita en lugar de hablar...y poco más. la posibilidad de que tu círculo de conocidos sea amplia.
No es la primera vez que me ocurre algo así. Cuando pasó esa primera vez, y sobre todo cuando noté que iba totalmente absorta del trabajo a casa canturreando para mí, me comía a besos. Sí, yo a mi misma.
Estar satisfecho en la ciudad donde vives no es tan común. Que sea un colchón salvavidas como lo es para mi Granada, es una fortuna inmensa.
Entonces, lo hice bien. Elegí bien. Y eso no es nada fácil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario