lunes, 28 de mayo de 2012

Los ogros no pasan frío

Tim es un chico grande grande. Mismas dimensiones de frente que de perfil. Una altura inconmensurable que le hace mirar siempre para abajo y andar encogido de hombros. Un chico que en unos dibujos animados daría miedo. Sería el ogro bueno incomprendido, sin amigos porque todos huirían despavoridos ante su presencia física, que más parece una invasión.
Tim quiere aprender español. Y está en Granada. (Entiéndanse las dos frases como consecutivas directas)
Oye Tim, ¿qué tal tu madre española?
¿Mi madre? Me encanta. Está loca.
Dijo él de su madre que tiene los pelos grises llenos de canas y alborotados a lo afro, excepto por esos lados donde se agarra unas horquillas que le terminan dando un look a su cabeza de virgen recién coronada. Que tendrá cerca de los 60, aparenta los 50 y piensa como con 40. Que se habrá depilado de higos a brevas porque viste como hippie y porque los pelos abatidos y cómplices le salen ya flojitos y suaves, más vello que otra cosa. Que se ha resistido hasta la saciedad a la inevitabilidad del móvil, los ordenadores y demás. Pero nunca ha sucumbido, ni sucumbirá a dejar de beber té con todos los beneficios que nos aporta y escudriñar las etiquetas de todo lo que compra.
Eso de ella lo dijo él, que le había traído una madeja de lana como regalo. En lugar de un gran trozo de chocolate con la forma del estado de California, posavasos de Austin o un libro sobre la historia de Utah.
Nada más dársela, él se apretó cada aguja entre pecho y brazo y arrancó a tejer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario