Conozco a un hombre que hace que diga muchas tonterías de seguido. El mucho tiempo ya que lo conozco y trato con él no ha minado un ápice mi torpeza. Él creo que no es consciente o, misericordioso, me las perdona todas.
Os lo voy a presentar:
Es un hombre que cuando te mira, tú lo sientes como si él entero estuviera zambulléndose en tus ojos. Así de quieto te mira. Tú turbada ante tal intensidad y quietud piensas uy este tío me quiere (por lo menos). Luego ya te das cuenta que él es así y te quieres morir pensando cómo mirará a la persona que de verdad ama (que no soy yo). Acompaña esa mirada con una sonrisa y un silencio largos colgados de su cara. No ha habido ni habrá posesión de un cuerpo ajeno más feliz. Si no fuera porque aguartar una mirada y un silencio es harto complicado, sería un estado de éxtasis similar al de la ascensión de la virgen a los cielos. Yo para el segundo dos yo ha dicho la primera sandez. Y dicha la primera, dichas todas.
No será difícil entender que el primer día que lo conocí me enamoré de él. Pero como de alguien inalcanzable y que tampoco quieres alcanzar. Fue viéndolo trabajar. Y trabaja como él es. Habla despacio y dice cosas que tocan el alma. Habla como quien camina levitando.
Y ahí sigo. Ahora más suave, más tranquilo, ya platónico, casi más admiración y perplejidad ante la existencia de seres así. Ya somos amigos o algo así. Porque ser amiga de un ser semejante es la pera limonera. Sus abrazos cuando nos despedimos son como sus miradas, largos e intensos, y si no le parece suficiente, te vuelve a coger y te sigue abrazando, como quien retoma la conversación porque se le olvidó decir algo.
Cualquier día la lío parda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario