Ayer cerraron la última fábrica de maquinas de escribir.
Espero que se te haya encogido el alma.
Yo aprendí a escribir (me enseñaron) en una Olivetti que era de mi tío Francisco Curro, que no sabía utilizarla pero la compró para que le hiciéramos las notas de pago, de sus trabajos en la fragua. Luego, y ya que la teníamos, mi padre se sirvió de ella para sus portes de arena, de leña...
Cuando aprendí era verano y me enseñó mi vecina Mari, que era secretaria en Madrid. Si sabías escribir a máquina es porque eras secretaria o trabajabas en un banco, o eso pensábamos yo y otros muchos, estoy segura. ¿Para que otra cosa se podía utilizar una maquina?
Mari nos enseñaba a mi amiga Mari Carmen y a mí los viernes por la tarde. A primera hora debía ser. Recuerdo el calor tórrido al cruzar la calle desde mi casa a la casa de la tía Sebastiana, que fue mi casa mucho tiempo y donde mi hermana Manoli nació, en el cuarto de en medio. Asistida mi madre por D. Fernando, el practicante del pueblo y su mujer que era comadrona. Su mejor parto.
Para las clases ocupábamos la habitación del primer cuerpo. Yo me mataba porque la hora pasara deprisa para poder ver "Con Ocho basta". Ella era implacable en toda su simpatía. Entraba y salía de la habitación para ver cómo iban esos ejercicios del "Metodo Pedro Caballero" que ella nos recomendó como el mejor y que mi padre nos compró en la librería de la plaza del pueblo de al lado.
Aprendí lo que sé en un verano. No se necesita más.
Intento pensar dónde puede estar esa maquina de escribir ahora. Y no atino. Guardo en mi memoria multitud de escenas que son siempre la misma: yo limpiándole el polvo en la estantería del cuarto del techaíllo.
Ahora, Mari hace mil años que no va al pueblo. Se casó. Tiene 2 hijos, creo. Nunca supe realmente en que trabajaba. Menos ahora. La fragua sigue siendo la fragua, al menos en nombre, que ya ni el macho pilón, ni los yunques están; ni tan siquiera para las matanzas sirve, que ya ni matanzas quedan. "Con ocho basta" me parecería insufrible ahora, sin que eso signifique ninguna decencia intelectual por mi parte. Que los gustos cambian podría bastar para explicarlo. El cuarto del techaíllo es ahora la habitación de los ninos, mis sobrinos. Las casas que se fabrican hoy ya no tienen cuerpos, ni mucho menos un pasillo de cantos de río como aquélla...Aquella casa tampoco los tiene ya. Lo cambiaron por baldosas, cerámica o algo así, que se friega mucho mejor. El pasillo está pintado de pintura plástica y no admite cenefas, como esa tan bonita azul que mi madre pintaba y repintaba con su plantilla. Me viene a la memoria que en ese pasillo refrescamos con agua y se recuperó el último pregonero del pueblo. Que iba con su cornetilla en la esquina con la calle Nueva cuando le dio lo que le dio y se desmayó. Los desmayos, las cornetillas quizás, pero los pregoneros ya no más.
Acaban de cerrar la última fábrica de máquinas de escribir. En consonancia con los tiempos, con la vida que corre tanto, con el tiempo que no para.
...pero yo me quiero parar