Cuando el fin de semana se iba a terminar y Juan tenía que volver a su casa, en un pueblo muy lejano, le dijo a su prima:
- Prima, ahora los peces son de los dos
A lo que ella respondió enfadada:
-No, son míos. Solo míos.
La pelea se prolongaba sin vislumbrarse ningún final, hasta que Paula sentenció:
-Son míos. Y cuando te vayas, les voy a poner otros nombres.
Yo al principio solo pensaba pero qué mala mi niña; pero qué mala cuando mala significa buena y graciosa y lista. Y se me colgaba una sonrisa de satisfacción. Luego de pronto me asusté. Me asusté al pensar en cómo una niña de 5 años, con toda la candidez e inocencia que una niña de 5 años en el siglo XXI puede tener, resuelve un conflicto de esa manera. De esa manera tan trascendental y filosófica: cambio el nombre y las cosas ya no son lo que eran. Te excluyo del mundo del que formabas parte, porque les pusimos los nombre juntos, simplemente con cambiárselo.
Así quiero hacer yo: definir las cosas por el nombre y no por su esencia. Anular la esencia misma de las cosas y por ende, su efecto. Así de sencillo. Ya nada será lo que es, si no lo que yo diga que sea. Jugar a la vida como se juega con los libros con pegatinas.
No son más de las 3 de la tarde, no he bebido nada y se me está yendo la pinza. Me vuelvo a mi mecedora.
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