domingo, 9 de octubre de 2011

Nudo

Creo que al chico en cuestión ya lo tenía fichado. Por nada en especial, no me había llamado la atención por nada. Solo el hecho común de que a las ocho y media - Ocho y medio ¿has visto la peli? Qué bonita. Y luego en Madrid está el ocho y medio para bailar, por la peli claro. Cómo me gusta el mundo a veces. Y la canción de Nacho Vegas por dios. Te la voy a poner:



 Recuperemos el aliento y volvamos al tema, que era yo. Y el chico en cuestión que me encontraba de camino al curro cada mañana. Uno más de los de cada día. Él es como yo de alto, o al menos como yo me veo porque todos nos pensamos más altos de lo que somos. Delgado fibroso, como los hombres que pintaba Klimt: cuerpos que se abren en los hombros rectilíneos y potentes, desproporcionados con respecto a la languidez del resto. Viste unos pantalones beige hasta las rodillas y camiseta de algodón beige. Sin logos ni estampado alguno. A veces intercala el vestuario con las mismas prendas pero en color negro. Zapato deportivo. Siempre va escuchando música. Lleva una gorra americana beige, que le tapa la cara, cara que siempre mira al suelo. Con lo cual nunca le vi la cara, pero por todo lo demás, sus pintas y sobre todo su cuerpo, no lo echaba más de veintimuchos años.

La primera vez que fui consciente de la situación, la dejé pasar: total, no lo había oído bien. Y entre el sí y el no opté por el no - chica lista. Ese día había tirado por la Carretera de la Sierra en lugar del paseo de río, que es el que siempre cojo. Recuerdo que me fijé en él antes de cruzarnos. Entendí que él hubiera cambiado su camino como yo, porque venía de comprar churros del puesto al final de la calle. Cuando él me hubo pasado, quizás no más de tres pasos, lo dijo. Y yo me volví. Porque lo habia entendido, aunque hiciera como que no. El seguía su paso, ni más lento ni más rápido. Me dejó inquieta. Tanto como para salir alerta de casa desde aquel día.

Y las mañanas se fueron sucediendo, claro. A veces coincidíamos, a veces no. Dos caminos, dos personas. Los buenos en matemáticas que saquen las probabilidades que tenía de cruzarme con él.

A la segunda o tercera vez, yo no tuve más remedio que tenerlo claro. Cuando me pasaba un par pasos, lo decía: GORDA. No me miraba, no se volvía, no se aceleraba. Yo sí. Me sentía totalmente vulnerable, indefensa, atrapada, no tenía capacidad de réplica. Estaba vendida. Iban pasando los días, varios días. Recuerdo que el camino desde que me lo cruzaba hasta que me encontraba con Carmen era un infierno. Y lo peor de todo es no entender. No entender por qué alguien quiere hacerte daño. Al principio del paseo del Salón había siempre un par de chicas paseando sus perros. Me fijaba en ellas como me fijo en todo el mundo y las tenía catalogadas en mi memoria como las lesbianas - coño es que eso es lo que parecían, que nadie se haga el ofendido ahora que ser lesbiana…blablablá...blablablá - Cuando las veía, en mi desesperación quería acercarme a ellas y preguntarles: ¿Vosotros me veis gorda? Y su "no, qué tontería” - porque iban a decir que no, que para eso yo soy la guionista de mi cabeza - me hubiera dado el consuelo que necesitaba.

Y mi mente seguía su discurso: joder, a lo mejor un poco sí lo soy, pero mira visto bien, ¿es que no te gusta la falda que llevo hoy?, es para que la gente no se fije en los defectos, para compensar, además yo no quiero llamar la atención, nunca, que ni se me note que estoy, y soy muy simpática para que nadie se meta conmigo y nunca hablo alto, no vaya a ser que me equivoque…y así así así por el estilo.

Me venían a la cabeza los niños del colegio que sufren acoso, que ahora llaman bullying. Y fui uno de ellos porque pensé cambiar mi horario para no coincidir. O si no, tener los poderes de aquel dibujo animado que decía: Espita gorgorita lo que se da no se quita conviérteme en... Pepita Pulgarcita. Y hala, del tamaño de un ratón. Eso es lo que yo quería ser un ratón. Porque así es como me sentía. Un desastre. Pero claro, tengo la tira de años, los súper poderes sé que no existen, tengo que ser madura...vamos que tengo que actuar como se supone conforme a edad: todo lo cual, uno por uno y en conjunto es un coñazo y una responsabilidad tremendos.

La primera vez que se lo conté a Carmen, su reacción fue tremenda, a grito pelado en mitad de la calle: ¿QUE UN TIO TE HA LLAMADO GORDA?, ¿PERO ESE TÍO ES QUE ESTA CIEGO O QUE COÑO LE PASA?, ¿Y TÚ NO LE HAS DICHO GILIPOLLAS SUBNORMAL...? Recuerdo un hombre que pasó, nos oyó y se volvió a mirarnos muerto de la risa…fatal… Y Carmen, a tu pregunta de si yo no le había dicho…yo solo quería morirme. De que me saliera la voz del cuerpo, ni hablamos.
La Carmen es que es así, cuando me está contando algo tipo: es que estaba en el parque y llevaba ya un rato y la pobre chiquilla…y no me da la gana, hombre, que no es justo… cuando se pone así, de repente PUM se me presenta como la mujer de La Libertad guiando al pueblo de Delacroix. Adjunto foto:

Ella lo tenía claro: ese nene tenía que estar mal. No de estar mal como decimos normalmente. Sino patológicamente mal. Yo no sabía qué pensar. Podría ser. Pero me sonaba más a que Carmen quería consolarme. Luego se lo conté un día en tono jocoso/delirante a Pedro y ¡DATE¡ que me dice lo mismo. Y yo, sí, porfa, porfa, que sea tonto, que sea tonto. Porque si es tonto, no sabe lo que dice, y entonces yo no soy gorda….¡¡¡BIEN!!! problema resuelto.

Qué va. Al día siguiente vuelta con la cancioncita. Tonto o no, tenía que hacer algo: enfrentar el problema y hablar con él. Había descartado tirarlo al río, mudarme de barrio o llevarme a mis amigos grandes como armarios, tipo portero de discoteca en Madrid - que por cierto no tengo, esto era pura fantasía.

2 comentarios:

  1. Es lo que tiene, que no somos iguales. Y yo, desde luego, no soy tan elegante como tú. ¡Qué ya me gustaría, conste!. ;)

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  2. y a mí me gustaría y me haría falta tener tu genio para defenderte. que lo normal no es lo mío.

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