martes, 23 de abril de 2013

Monseñor Romero

Hoy me levanto tarde, al sonido de la canción 1 2 de Sol Seppy que acomodé como despertador, pero que nunca suena. Y entro en la rutina diaria más tarde que de costumbre. Pero como siempre, me tomo mi tiempo para entrar en el día. Que hoy amaneció dulce, suavemente dulce, a media sonrisa y con un pequeño latido descontracturante ahí en la caja de dentro: El papa Francisco desbloquea el proceso de beatificación de Monseñor Romero. Bloqueado por ya sabemos quiénes: el santo canónigo martir que batió el record de pronta canonización-santificación-loquecoñosea y Benedicto Ratzinger, su continuación en la tierra y en el infierno espero, si Dios está del lado de quien tiene que estar.
A mi un santo más o menos, ¿qué digo? los santos en general, un carajo el que me importan. Pero aquí se trata de asunto más serio: que la iglesia oficial, la entronizada, la chispeante de oro y oropel, de zapatos rojos y anillos gordos tuviese un gesto de reconocimiento a la labor de tantos obispos y "curas comunistas", al papel que desempeño la Teología de la Liberación con los pobres y oprimidos, los campesinos de la América Latina de las Venas Abiertas  de los 80. No de la otra América, la norteña, la gringa, la apoya dictaduras militares sudamericanas-y a conveniencia, que con un poco de suerte se va a sentar a la diestra del pronto canonizado y su compinche en el más allá eterno.
Monseñor Romero fue disparado por un escuadrón de la muerte en 1980, mientras decía misa en un hospital de cancerosos, que se llamaba La Divina Providencia (las bromas de la historia, ¿no?). El día de antes había pronunciado un discurso pidiendo a las Fuerzas Armadas que no obedecieran la orden de matar a campesinos y gente que reclamaba tierra y respeto por sus derechos humanos. Discurso contestado.

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