Ella había terminado por aceptar que tenía un don: la gente estaba infinitamente cómoda con ella. Caía bien. A todo el mundo. Fue evidente cuando numerosas personas habían coincidido en lo mismo. Todo el mundo.
Debería de sentirse orgullosa por ello. Debería contrarrestar todas sus inseguridades.
Pero no lo hacía.
Ellos no sabían que su don prevenía de algo que la martirizaba y de lo que no necesitó a nadie para ser consciente.
-Yo creo que era plana.
-¡Qué va! Era solo amorfa.
-No, era invisible. Yo lo vi.
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