Si no la has visto, hazlo. De la manera que sea. En el cine, en internet. Pero hazlo.
Yo ya fui y volveré a verla. Fue la segunda vez consecutiva que el "graderío" rompío en aplausos con los títulos de crédito: con El Artista y con ésta. Convencidos y entusiasmados los de aquélla, más moderados los de ésta (culpa también de que un tercio de la sala eran mis guiris que entiendieron cero patatero y por tanto se abstuvieron)
Leo las críticas a posteriori y se habla, positivamente eso sí, de familia imposible. Y seguro que no es muy normal esta familia, pero imposible, imposible tampoco. Porque el acierto de la película es hacer totalmente verosímil unos personajes tremendos y tremebundos. Darles el punto justo de realismo sin sobrecargarlos más allá de un exceso de coños y la mayor ingeniería de tacos que haya existido y existirá.
Te equivocas si piensas que la película exagera. Es solo barroquismo andaluz. Así como todos somos un poco a veces(1). Yo conozco más de una Carmina y muchos Antonio León, que son gatitos indefensos escondidos en las faldas de la leona.
Pero si me quedé clavada con la película fue por su poesía. Poesía en la pena y el cansancio, en la soledad tan grande que se esconde detrás de la fortaleza inmensa de Carmina. En su humanidad absoluta. Poesía en esa noche de borrachera y resaca, cuando Antonio se convierte en lobo que aulla a la luna llena y dice esas genialidades imposibles y maravillosas(2). Y poesía en muchos fotogramas transfigurados en pinturas que hablaban por si mismos.
Estoy deseando volver a verla. Lo estuve a las pocas horas de haberla visto. Lo que significa que me la compraré. Y la pondré, y que ningún ortodoxo se rasgue las vestiduras(3), al lado de Amanece que no es poco, en esa edición de lujo que me regaló mi amigo Manuel y nunca le habré agradecido lo suficiente. Con todas sus diferencias y sus distancias, irán juntas. A fin de cuentas, estamos hablando de surrealismo divino y de barroco andaluz. Buenas migas.
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